viernes, 3 de febrero de 2012

Fragmentos de una vida incompleta

 

Era la misma habitación, y, sin embargo, parecía completamente diferente a como solía ser. El aire se había vuelto pesado y se hacía difícil respirar. Las plantas que antes adornaban los rincones ya no estaban, haciendo que la habitación pareciera abandonada y muerta. Y la cama de dosel que presidía la habitación parecía vieja y descolorida  con aquella manta desvaída cubriéndola casi por completo. Sin decir palabra se acercó a la cama despacio, con sus pasos levantando ecos que retumbaban en las paredes. Se sentó en la cama con cuidado y pasó la mano por encima del colchón como si temiera que éste pudiera desintegrarse en cualquier momento. Ahora allí no dormía nadie, pero no siempre había sido así. Hubo una vez en la que aquella cama había sido completamente distinta. En una época en la que sus cortinas y sábanas habían estado teñidas de vivos colores, en la que sus almohadas y cojines se habían alimentado de sueños infantiles, reteniendo los felices, y desechando las pesadillas. Aquella cama había sido un barco navegando por la vasta imaginación  de un niño, aquellos cojines habían sido el fuerte más inexpugnable de toda Inglaterra y la alfombra cuya silueta aún podía adivinarse sobre el suelo hubo un día en el que voló por el cielo, recorriendo cada rincón de un mundo aún por descubrir. Y sin embargo ahora todo aquello no era nada, sólo un amasijo de telas estropeadas y recuerdos mustios que parecían hacerse más viejos en cuestión de segundos. 

No recordaba exactamente cuándo lo había visto por última vez, pero estaba seguro de que al menos habrían pasado cinco años. Si eso era así, el pequeño Ziu tendría ahora 15...no podía dejar de preguntarse cómo sería. Tal vez se pareciera a él, o tal vez se pareciera a...no, no era momento para pensar en ella. Estaba a punto de ver a su hijo por primera vez en mucho tiempo, y no sabía cómo iba a reaccionar. Siendo sincero, ni siquiera sabía cómo debía actuar él mismo.

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