Se oyó un ruido en el bosque, pero no había nada que temer, pues ya no quedaba nada. Cualquier final era apropiado para él. Un hombre sin amigos ni familia, poco más que una sombra que se arrastraba entre los árboles, no estaba muerto, no aún, y sin embargo tampoco estaba vivo. Sus huellas se perdían en la maleza, el bosque parecía borrar su rastro, como si nunca hubiese estado allí, como si pretendiera tragárselo por completo. Pero tampoco eso importaba, cuando no tienes nada que perder no importa lo que te hagan, no importa lo que duela pues nada superará el dolor de la pérdida. Sólo el vacío que había en su interior lo perforaba como un taladro, como si un enorme agujero lo devorara por dentro, y cada día arrancaba un pedazo de su interior. No hay lugar para un hombre sin rostro, sin nombre, no hay hogar para un hombre muerto.
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