miércoles, 27 de junio de 2012

Closer to the edge of madness


Estaba oscuro y hacía calor...¿cómo demonios podía hacer tanto calor? El sudor le resbalaba por la nuca, pero ella permanecía allí, inmóvil, con la mirada perdida en el cielo. No había nadie en la calle pero, ¿quién podría haber a aquellas horas? y, sobre todo, ¿quién soportaría aquel calor para dar un paseo nocturno? Aquello la irritaba, o al menos lo haría si no estuviese completamente sumida en sus pensamientos. Pero aún sin estar en aquel mundo silencioso e infernalmente cálido, era débilmente consciente de que su cuerpo se resentía. 
Parecía obsesionada con algo, con algo que sólo ella podía ver y que parecía estar allí, prendido en el cielo. Sus ojos denotaban la locura que la invadía en aquel momento. Mirada fija y ausente, pupilas contraídas a pesar de la escasa luz de las farolas...aquella era la mirada de alguien que no tiene nada que perder. 
Y aquella era la triste realidad que la absorbía por completo aquella calurosa noche. No tenía nada, había permanecido toda su vida siendo mera espectadora de lo que ocurría a su alrededor. Evitando involucrarse con nadie, evitando las relaciones con otros, sólo estaba ella...bueno, pero no estaba sola del todo. También estaba aquella otra persona, la que la miraba a los ojos y sabía lo que estaba pensando, aquella que la instaba a aislarse del resto del mundo. Le contaba cosas del mundo, cosas horribles y perturbadoras, historias que la hacían desear no ser nunca su protagonista. Y el único modo de lograrlo era evitando a quienes las provocaban: las propias personas.
Pero ella no necesitaba a las personas, estaba la voz, confiaba en la voz, y en aquellos ojos amables que compartían todos sus miedos. Era feliz así, no necesitaba nada más....aunque la verdad es que había veces en las que se sentía tremendamente sola. Pero entonces la voz volvía para contarle nuevas historias, y el llanto cesaba para ser sustituido por una risa demencial. Pero es que todo aquello era tan rematadamente ridículo que siempre le hacía reír. La simple idea de dejar que alguien se acercara se le antojaba cómica.
Sí, era imposible, seguiría viviendo con aquella voz, seguiría mirando las estrellas en aquel lugar todas las semanas, no importaba si llovía o nevaba...o si, simplemente, el calor era asfixiante.