- A mí Dios me parece bastante cruel
- ¿Por qué dices eso?
- Piénsalo bien, ¿ cuál es el principal problema de la humanidad?
En aquel momento no supe responderle, permanecí en silencio, observándolo fijamente, como si tratara de observar los engranajes que suponía se movían en el interior de su cráneo.
- Su propia existencia - continuó - la pregunta sin respuesta, ¿qué hacemos aquí? ¿para qué existimos?
Una vez más fui incapaz de comprender sus palabras. Y ella debió ver la duda en mis ojos, porque sonrió con dulzura y me miró detenidamente.
- No veo la maldad en eso - logré decir
- Pues la crueldad intrínseca en este hecho resulta de lo más evidente. No tienes más que mirar a tu alrededor. Observa la naturaleza: los depredadores consagran su vida a la caza, y disponen de todas los instrumentos necesarios para ello, las aves sueñan con el cielo y poseen las alas para satisfacer sus ansias de libertad...Y luego estamos nosotros, las personas, los seres dominantes, capaces de vencer a cualquier otra criatura viviente...y se nos otorga el don del raciocinio. Capaces de analizarlo todo, de diseccionar en nuestras mentes el mundo que él creó. Y aún así incapaces de comprender aquello que más nos preocupa...se nos abandona en mitad de un camino sin posibilidad de averiguar de dónde procede ni dónde terminará. En realidad eso le ocurre a todas las criaturas, pero a ellas parece no importarles, no necesitan ver más allá de su alimento y su propia respiración. Con ellos fue benévolo. Lo verdaderamente perverso es dotar a un ser con la capacidad para ser consciente de un problema, sin ofrecerle también la capacidad de resolverlo.
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