Se acercó lentamente hasta el pie de la cama con dosel que ocupaba casi la mitad del cuarto. El repiqueteo de la lluvia ahogaba el sonido de sus pasos sobre el suelo de mármol. Observó al niño que dormía arrebujado entre las mantas, solo en mitad de aquel enorme y frío colchón. Se había vuelto a quedar dormido leyendo, a la luz de la vela que aún ardía en la mesita vio el libro medio tapado por las sábanas. Lo recogió con cuidado y se quedó mirándolo un buen rato. Conocía aquel libro demasiado bien, era el mismo que ella le había regalado por su octavo cumpleaños. Las páginas estaban gastadas, como si las hubiera pasado una y otra vez, y las anotaciones a los márgenes con letra infantil le hacían pensar que no era la primera vez que lo leía. Estaba abierto y la página que aparecía ante ella parecía más amarillenta que el resto, y también...borrosa. Había borrones allí donde pequeñas gotas habían arrastrado parte de la tinta con ellas. Pero lo que más le llamó la atención fue un párrafo especialmente emborronado.
"Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”
Cerró el libro con rapidez cuando notó que gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Pasó los dedos por la ilustración de la tapa. Un impresionante cuervo negro con ojos de ónice que emprendía el vuelo recortado sobre una enorme luna llena color marfil.
- El señor lee ese libro prácticamente todas las noches desde que estoy con él - susurró una voz a sus espaldas- Me preguntaba de dónde lo habría sacado.
Ella se secó las lágrimas apresuradamente y se volvió hacia él. Sus ojos rojizos brillaban a la luz de la vela, dándole un aspecto extraño...sobrenatural. El mayordomo se acercó a la cama y observó a su joven señor durante unos instantes.
- Parece que esta noche no está teniendo pesadillas-prosiguió con voz calmada - desde que usted llegó son cada vez menos frecuentes.
Ella se sentó sobre la cama con cuidado, notaba como las fuerzas la abandonaban y un nudo en la garganta le impedía hablar. Se limitó a mirar al niño con aquellos ojos enormes y llorosos cargados de ternura y culpabilidad.
- Él no la culpa- dijo el mayordomo acudiendo junto a ella y poniendo sus cautivadores ojos a la altura de los suyos-el señor es mucho más feliz desde que usted está aquí. Sólo es que tiene un curioso modo de demostrar afecto.
- Yo le regalé este libro - consiguió decir, aunque su voz sonaba lastimera, a punto de quebrarse - antes de que ocurriera todo esto. ¿cómo es posible que no fuera capaz de hacer nada por él? ¿cómo es que no fui capaz de salvarlo?
- No hubierais podido hacer nada por él. Cuando yo conocí al señor no era más que una amasijo de odio y tristeza.
- Yo debería haber podido...tendría que haber impedido...¿cómo puede un niño tan pequeño albergar sentimientos tan crueles?
- La vida le ha hecho ser así. Ahora tiene un objetivo, ahora su vida tiene sentido.
- ¿qué objetivo? ¿vengar a nuestros padres? ¿matar a quienes nos lo arrebataron? Ese no objetivo para un niño de doce años. Yo debería tratar de vengarme...lo haría, mataría a cualquiera si a cambio él volviese a ser mi hermanito...mi niño...
- No conseguiríais nada con eso - la mirada del joven se había tornado fría y dura -vuestro hermano ya no puede salvarse, su alma ya está corrupta y sus manos manchadas de sangre. Lo que tenéis que hacer ahora es velar por vuestra propia alma...y tratar de hacer más llevadera la tarea que ha emprendido vuestro hermano. Sois demasiado buena para dañar a nadie, para eso ya estoy yo. Yo seré el arma de su hermano, haré todo lo que me pida y acabaré con aquel que se le oponga. Sea usted su apoyo y quizás...sólo quizás, consiga algún día que ceje en su empeño
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