Apretó el paso...sus pies levantaban ecos sobre los adoquines mojados. Aparte de eso, la noche permanecía en completo silencio. Aquello era extraño por supuesto, nunca era buena señal que el bullicio natural de la gran ciudad quedara ahogado por un sepulcral silencio. Pero había algo más, lo estaban observando, lo notaba desde hacía un buen rato. Sentía unos ojos clavados en su nuca, pero cada vez que giraba nervioso la cabeza no encontraba más que sombras a sus espaldas. Se hacía imposible distinguir algo en las penumbras que las débiles bombillas de las farolas apenas eran capaces de disipar.
Una sombra se movió a su izquierda, ¿o tal vez era solo su imaginación?..quizás el observador había decidido que no tenía suficiente con ponerle los pelos de punta taladrándole con la mirada. Casi que prefería que así fuera, lo que más odiaba desde que tenía uso de razón era la espera, la incertidumbre de no saber qué ocurriría a continuación. Así que se detuvo en seco y se limitó a observar él también. Escudriñó a su alrededor y clavó los ojos en un rincón de la calle especialmente lúgubre. Le había parecido ver algo que se movía entre las sombras. Permaneció inmóvil con la mirada fija en aquel lugar hasta que lo vio brillar, lo vislumbró apenas unos segundos pero estaba claro, era un cuchillo. Aquello era el colmo, ¿cómo podía pensar aquel personaje misterioso que saldría ileso tras amenazarle con un cuchillo?
- No es de muy buena educación ocultar el rostro a tu víctima
Aquel comentario hizo reír a su acechador, una risita ahogada, apenas audible en el silencio que los rodeaba.
- ¿Os consideráis una víctima, doctor? - para su sorpresa, fue una voz femenina la que contestó - imaginaos mi decepción, yo venía buscando un lobo y me encuentro con un corderito caminando dócilmente hacia el matadero.
A continuación dio un paso adelante, hacia la zona de la calle alumbrada por la farola. Era una mujer alta y esbelta. Unos apretados pantalones de cuero y una cota chaqueta con hebilla al cuello marcaban su silueta de piernas largas y pechos redondos y pequeños. Llevaba el pelo negro recogido en una cola alta dejando dos mechones que enmarcaban un hermoso rostro de labios gruesos y ojos violetas. El peligro brillaba en aquellos ojos, de la misma forma en que lo hacía en el cuchillo que llevaba en las manos. Jugaba con él, lo lanzaba y volvía a recogerlo sin apenas prestarle atención, con una precisión de quien lleva años practicando.
Era hermosa sin lugar a dudas, y eso la hacía aún más dañina. Debía andarse con cuidado si no quería acabar convertido en un despojo en un callejón, y no había nada que quisiera menos que eso.
- Una víctima de vuestra belleza sin duda - dijo mientras hacía una reverencia - dígame, ¿ en qué puedo ayudarla?
- Por favor, doctor, déjese de estúpidas cortesías...sabe muy bien que la única forma en la que usted puede ayudarme es dejando este mundo. Sólo le pediría que opusiera resistencia, estoy harta de lloricas debiluchos. No ofrecen un espectáculo digno.
Lanzó en su dirección el cuchillo con un movimiento tan rápido que fue incapaz de verlo, pero estaba preparado y rodó hacia un lado para esquivarlo. Corrió hacia ella mientras sacaba del bastón su propia hoja, listo para atravesar a la desconocida y acabar con aquella molesta situación. Pero ella era más rápida de lo que había calculado y esquivó su ataque con facilidad, asestándole una patada en el vientre al tiempo que sacaba un cuchillo tras otro y los lanzaba hacia él. La precisión de aquella muchacha era impresionante, apenas lograba evitar los golpes y, cuando quiso darse cuenta, ya tenía un cuchillo clavado en un brazo. Aquello dibujó una sonrisa en su rostro. Hacía mucho tiempo que nadie lograba herirlo. Impulsado por una nueva oleada de excitación comenzó a acosarla, estocada tras estocada, impidiendo que ella pudiera atacar de nuevo. Pero aquella terrible coreografía no duró demasiado, la chica se estaba viendo obligada a retroceder y cuando su espalda tocó el muro de una de las casas se firmó su sentencia. La hoja del doctor hendió el aire y se paró en seco al llegar a su cuello.
- Este juego ha sido de lo más divertido - se rozó con los dedos la herida del brazo - Has conseguido hacerme sudar de lo lindo...estás bien entrenada, una técnica bastante decente. ¿a quién tengo que mandarle tu cabeza envuelta para regalo?
La chica lo miró con ojos fríos y le dedicó una sonrisa de suficiencia.
- Veo que los rumores sobre usted no son infundados...el doctor Black, reputado científico y médico de renombre de día...peligroso asesino de noche.
- No soy ningún asesino, sólo soy una víctima más de una sociedad podrida.
- Ya , bueno...usted engáñese como quiera doctor, yo solo estoy aquí por el juego.
- ¿el juego? ¿así que han decidido finalmente ponerlo en marcha y me han marcado como objetivo?
- ¿Objetivo? No, señor, usted es más bien el premio gordo. Yo soy una simple mensajera, mi ataque no estaba en su guión.
- Vaya, muy arriesgado por tu parte ¿no crees?¿y si te hubiera matado antes de que me dieras el mensaje?
- Estaba convencida de que no lo haría, usted no mata sin tener un motivo ¿no es así señor? Pero sí que había cierto riesgo aunque...¿qué es la vida sin un poco de peligro de vez en cuando?- sin dejar de mirarlo a los ojos lamió lentamente el arma que se mantenía a escasos centímetros de su rostro- para mantener la chispa viva, ya sabe de qué le hablo.
Retiró la hoja con cuidado, escudriñando a aquella mujer que parecía estar completamente loca.
- Está bien doctor Black - prosiguió la joven - yo ya he cumplido mi misión. Le informo oficialmente de que el juego empieza hoy.
Saltó hacia un lado y se deslizó entre las sombras hasta desaparecer por completo.
El doctor permaneció allí pensativo durante un rato, hasta que finalmente reemprendió su camino con la cabeza llena de imágenes de lo que acababa de ocurrir. No podía ser cierto, no ahora que había logrado una vida normal, una parte de él estaba bastante incómoda por lo complicado de la situación, aunque otra, una parte que había tratado de esconder a toda costa, se excitaba cada vez más ante las perspectivas de lo que se avecinaba. La visión de su propia sangre cayendo sobre los adoquines lo alteraba, hacía despertar en él sentimientos que llevaban dormidos varios años y que ahora regresaban más fuertes y vivos que nunca.
- Ha de ser de esta forma pues- murmuró para sus adentros- pues bien...que comience la caza
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