Día tras día esperaba con la ventana abierta, esperando a que Peter apareciera.
Se negaba a creer que aquello era todo, se negaba a crecer, a pasar su juventud entre libros y papeles para que un día la encerraran en un cubículo, en una oficina donde su imaginación moriría y sus sueños se volverían tan grises como el traje que llevaría...Pero por la ventana lo único que entraba era un frío invernal, un viento cruel que arrancaba las mantas que la envolvían y le calaba hasta los huesos, no sin antes haber apagado la tenue luz de la vela, dejándola sumida en la más profunda oscuridad.
Y a pesar de todo allí permanecía inmóvil, soñando que Peter Pan la cogía de la mano, espolvoreaba algo de polvo de hadas sobre su cabeza y se la llevaba a Nunca Jamás, donde podrían vivir como niños para siempre...sin dejar que las preocupaciones de la vida adulta les asaltasen. Pero cada mañana la realidad le caía encima como una lápida, una realidad empeorada por el hecho de que su debilidad aumentaba a cada noche que pasaba expuesta al gélido aliento del invierno.
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